Google+

miércoles, 5 de noviembre de 2014

La profanación de la muerte.






El entierro de Cristo por el Greco.
 

Profanar es “dar trato irrespetuoso a una cosa sagrada”,  y mientras seguimos celebrando la victoria irreversible de Jesucristo sobre el pecado y la muerte, y donde cada celebración se encarga de recordarnos “que en su muerte, nuestra muerte ha sido vencida  y en su resurrección, hemos resucitado todos”(Liturgia), parecería un contrasentido tomar como tema de reflexión una de las 7 obras de misericordia corporales: enterrar a los muertos, ya que estamos festejamos el triunfo de la vida
El entierro de Cristo por Miguel Ángel.

 Jesús mismo  -en el Evangelio de Mateo (25,31)- nos enseña como tema del Juicio las 6 precedentes (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo y visitar a los encarcelados) viene colocada la séptima obra de misericordia corporal: enterrar a los difuntos, que completa y corona las anteriores.
 
Cuando se estudia  Filosofía de la Historia y  se  trata de perfilar el punto en el cual el “hacer del hombre” da comienzo a lo que en una civilización se llama “cultura”, se señalan dos realidades presentes en el actuar humano que lo indican: enterrar a sus muertos y trasmitir a sus hijos lo que saben. Hacia adelante y hacia atrás,  hacia el hoy y el mañana a los que nos sucederán y hacia aquellos de los cuales hemos venido. Y èsto es anterior a lo que llamaríamos  “sociedad sedentaria”.  
El entierro de Cristo por Tiziano

En la antigüedad dejar insepulto a un muerto era  signo de máxima crueldad y venganzapòstuma. El Imperio Romano, cuando quería dar una lección o escarmiento, asesinaba de manera pública y cruel, para luego dejar los cuerpos expuestos, a merced de las bestias y la burla.  

José de Arimatea, en el poco tiempo restante y antes de la caída del sol, se apresura a pedirle a Pilato el cuerpo de Jesús para darle sepultura, aunque sólo fuera de forma provisional, como signo de compasión y misericordia hacia quien había muerto -que se completaría luego con los ritos judíos del lavado y perfumado del cuerpo- esto ya como veneración, respeto y despedida, antes de que el difunto se presentase ante Dios mismo, limpio de las cosas que podían haberlo contaminado en la tierra.  

En  Paestum (prov. de Salerno, Italia) hace 2500 años, la tumba del “tuffatore” (el bañista) nos explica la idea pagana de la muerte: en la lápida superior está representado  un joven que, solo y desnudo, desde lo alto de la montaña se lanza  en  un  mar inmenso  para desaparecer en la nada para siempre, en medio de una soledad infinita. Esta es la idea pagana que se tiene de la muerte en la Magna Grecia y en las culturas paganas precedentes al cristianismo. 
El entierro de Cristo por Rubens

En cambio, la fe judeo-cristiana, ha entendido y creído siempre que la muerte no es un final, inexorable y devastador, sino  un “paso para un encuentro” (Pèsaj-Pascua, significa eso mismo: pasar).  Nada de soledades infinitas y eternas, ni desapariciones en la nada. Pasar de este mundo al Padre, saltar hasta  su presencia amorosa, estar de su casa, sentarnos a su mesa, beber su vino y compartir su pan, si hasta viene a buscarnos y llama a  la puerta para cenar  juntos. Se trata de plenitud y de encuentro, donde Dios es todo en todos. Es parte central  de nuestra  fe,  que después de esta vida caminamos misteriosamente -pero de manera real y concreta- hacia ese luminoso “encuentro  familiar” con el Padre que ama, besa, abraza y acaricia, con Jesús el Hijo, nuestro hermano y amigo, con el Espíritu que es la Vida y el Amor, con María la Madre que posa sobre nosotros sus ojos misericordiosos  y con toda esa multitud interminable de amigos y cómplices, que son los santos y los ángeles con todas las otras criaturas celestiales, y “con los de casa” en esa otra casa más grande que es el Cielo. Re-abrazaremos y besaremos con ternura a los que hemos llorado aquí y que cuando marcharon nos faltaron tanto,  dejándonos  un poco más solos, y todo esto no en una reunión  hierática, lacrimógena y solemne, sino en medio de  música y  cantos,  en una alegría que aùnno conocemos -porque estaremos de fiesta- en la fiesta de las fiestas; plenamente alegre y divertida, tal que al verla nuestras fiestas de aquí nos parecerán como un velatorio. Encima esta “fiestona del Cielo”, no se termina a una hora determinada, es para siempre y sin pausas. No termina nunca. Nos fundiremos en un abrazo largamente esperado, con nuestro padre y nuestra madre, con hijos y  hermanos, con los amigos, con aquella  inolvidable maestra de la escuela y del jardín de infancia, con aquella catequista, con los que aprendimos a jugar y a hacer travesuras, con aquellos compañeros que el sólo recordarlos nos abre una sonrisa de oreja a oreja. Tambièn con aquel viejo cura, el de la primera confesiòn.
El entierro de Cristo por Rafael.

Pero hablábamos de la séptima Obra de Misericordia: enterrar a los muertos. Da la impresión que algo no está funcionando bien en nuestra  sociedad, ya no sabemos trasmitir bien a nuestros hijos los valores y principios que conocemos, a veces no buscamos el tiempo para hacerlo (y entre estos valores está incluida también la fe) y también desde hace un tiempo hemos empezado a no sepultar a nuestros muertos,  resucitando una antigualla, disfrazada de cosa moderna. Digo antigualla porque eran cosas paganas de tiempos pre-cristianos, o sea de hace más de 2000 años atrás. 
El entierro de Cristo por Rubens

Como todos sabemos,  la Iglesia en un tiempo prohibió taxativamente la incineración de los cuerpos, sobre todo porque esto era alentado y practicado por grupos masónicos  -que lo promovían como desprecio hacia la fe cristiana y a la resurrección-. Hace sólo 30 años, en  1983, Juan Pablo II aprobó nuevas normas que dicen: “Si bien es aconsejado vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos, no se prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana” (CIC. 1176§3) y luego en los cometarios se dice que: “Los pastores han de disuadir a los fieles de prácticas desviadas relativas a las cenizas que -en lugar de enterrarlas o colocarlas en un nicho o en un columbario- se esparcen por el campo, en un río, en el mar, en el jardín de la casa, por ser contrarias a la tradición católica de respeto al cuerpo del difunto.” Esto es profanar, lo que es lo mismo que  dar tratamiento irrespetuoso a lo que es sagrado. 

El entierro de Cristo por Caravaggio
 En buen castellano el “no se prohíbe”, no quiere decir que se alienta y se acepte plenamente, sin más, simplemente que se quita un prohibición taxativa, pero ni se promueve ni se aconseja… 

Pero de la incineración “no prohibida” al hecho de desparramar las cenizas hay un largo camino, sobre todo estando presente de por medio las obras de misericordia. En Italia hay una infinidad de asociaciones  de voluntariado que nacieron para ocuparse de los enfermos y moribundos pobres y, luego,  darles sepultura. 

En la Santa Sede, está en elaboración un proyecto que prohibiría la celebración de las exequias a quienes tengan intención de desparramar las cenizas.  

En medio del estado generalizado de confusión en el que vivimos, se hacen cosas macabras presentadas como normales, impensables para personas que entiendan  estar en su sano juicio.  

Hay empresas que se dedican a brindar servicios  para , “muertes exóticas” -por llamarlo de algún modo-: asÍ se ofrece hacer collares insertando dentro de cristal las cenizas de abuelita, también floreros con las cenizas visibles a través de cristal, objetos de decoración para colocar sobre la chimenea o la mesa.  Me contaba un funerario amigo que en Asturias ya se ofrece la posibilidad de colocar las cenizas junto a cartuchos de dinamita coloreada, que luego se enciende y dispara haciendo fuegos artificiales. Hay cosas que parecerían mas un  agravio y un insulto que un homenaje, a la memoria de una persona que nos amó y que hemos amado, que nos acarició y hemos acariciado. 

 Hasta  pareceria una contradicciòn, que participemos  en el  Via Crucis, que concluye  con la sepultura de Jesùs o que con gran devoción en nuestras Semanas Santas, hagamos la procesión del Santo Entierro, y al  mismo tiempo dispongamos que eviten el nuestro.
El entierro de Cristo por Tiziano

Es claro que la sociedad actual con la muerte no sabe qué hacer, trata de esconderla y maquillarla en todas las formas imaginables, menos afrontar y buscar la verdad sobre la vida y la muerte. Dejémonos de dar vueltas  en torno, entre otras cosas,  los muertos se sepultan, sea el cadáver o sean las cenizas. Saber el lugar donde hemos sepultado las cenizas de  alguien que amamos, sea un cementerio, un columbario, el jardín de casa o bajo un árbol en medio del campo, nos permite ir a pronunciar una oración y llevarle una flor, decirles que los extrañamos y que nos faltan, agradecerles todo lo que nos amaron. Lanzándolos al aire, al mar o al río, nos quedará la sensación de haberlos hecho desaparecer en la nada, como el joven bañista de Paestum. 

 Es verdad que están caros los entierros, y que no sólo hace falta dinero para vivir con un poco de dignidad, sino también para morirse, pero eso es harina de otro costal.

Don Gustavo Riveiro.


No hay comentarios: