La Santina en Arriondas 4 y 5 de julio de 1939 |
En un extensísimo artículo que publiqué en septiembre del
año pasado bajo el titular “Sobre el “exilio” o desaparición de la imagen de la
Virgen de Covadonga durante los trágicos sucesos de 1936-1939”, quedó
constancia detallada de todo el devenir y acontecer del que fue protagonista la
imagen de Santa María de Covadonga en los añosde la Guerra Civil Española, la ocupación y posterior
liberación de Covadonga, la situación en la que quedó el santuario, el
desconcierto general motivado por la desaparición de la imagen y el hallazgo de
la misma en la capital francesa a finales de marzo de 1939, hasta que partió
hacia España el día 10 de junio siguiente, siendo recibida en el Puerto de
Pajares tres días después. El retorno y llegada de la patrona de Asturias a Covadonga se produjo el 6 de julio de
1939.
Unos hechos estudiados con escrupuloso detalle por el
recientemente desaparecido don Silverio Cerra Suárez, sacerdote y profesor de Filosofía.
En el artículo arriba citado señalé que la llegada de la imagen a Arriondas, su
recepción, estancia y despedida, serían tratadas con más detalle al cumplirse
los 75 años del acontecimiento que removió la emoción popular de nuestros
padres, abuelos, vecinos, antepasados y asturianos en general.
Arcos en Gijón |
Situémonos, pues, en
aquel 4 de julio de 1939. La Guerra Civil había concluido oficialmente apenas
tres meses antes, por lo que el ambiente que se respiraba en aquel verano era
de triunfalismo para unos y derrota para otros. Caso como el que hoy nos ocupa
habrá que analizarlo pleno de euforia para los ganadores de la contienda, y de
sumiso silencio para los que tenían otras ideas y proyectos para España.
Aquel primer martes de julio llegaron hasta Soto de Dueñas
los vecinos de Arriondas -junto con las nuevas autoridades que regían el
municipio-para recibir a la que había estado ausente de la cueva de Covadonga desde
los inicios de 1937. En Soto de Dueñas estaban el alcalde de Arriondas, don
José Aquilino Pando, el jefe local de la Falange, el comandante militar, el delegado de la Central Nacional de
Sindicatos y el juez municipal D. Ramón Martínez. El clero parroquial -con la
cruz alzada- presidía la bienvenida, con el párroco don Rafael Álvarez García al
frente (el cual llevaba en Arriondas desde el día 4 de diciembre de 1927 y
continuó hasta el 19 de julio de 1953).
Hasta Soto de Dueñas llegaron cientos de vecinos de los
pueblos del concejo de Piloña, los cuales entregaron la imagen a los
parragueses y -con entusiasmo, emoción y devoción- se pusieron en camino hacia Arriondas.
Infiesto 3 de julio |
Varios arcos triunfales se habían levantado en los pueblos
por los que pasaban. La comitiva llegó a las seis en punto a las puertas de Arriondas
y comenzaron a sonar las campanas de las iglesias del concejo, entre cohetes
que no se escuchaban desde al menos tres años antes; años en los que los
sonidos más habituales eran los de ametralladoras, aviones y bombas. ¿Hemos
dicho que sonaban las campanas? ¡pero si en Arriondas no había campanas!...que
las que había desaparecieron durante la guerra y fueron destinadas a
fundiciones para hacer metralla. Desde la torre de la iglesia de Arriondas (torre que apenas tenía siete años) alguien hacía
sonar dos raíles del viejo tranvía que unía Arriondas con Covadonga y que había
dejado de funcionar seis años antes.
Con paso lento la procesión llegó hasta la iglesia, adornada
para la ocasión pero muy pobre en su interior, puesto que los retablos e imágenes
habían sido quemados una tarde de septiembre de 1937 y el nuevo retablo central
no se concluiría hasta el año siguiente.
Se había dispuesto una iluminación especial en la villa y
-ante la iglesia- se detuvo la procesión para que don Gumersindo González pronunciase
un emotivo saludo de bienvenida. Señaló que ninguno de los sacrificios sufridos
durante la guerra habían producido tanto dolor en el alma de los asturianos,
como el saber que la imagen de la Santina había desaparecido de la santa cueva,
pero ese dolor y amargura se convertían en inmensa alegría, primero, cuando se
conoció la noticia de su rescate y, después, al contemplarla de nuevo. El
comandante militar de la plaza, Sr. Carrillo, pronunció una alocución en la que
recordó la odisea que sufrió la imagen. No reproduzco más allá del resumen -en
un par de líneas- de los discursos pronunciados, cuyos contenidos íntegros
resaltan en cada una de sus palabras la euforia y la emoción del momento. Dicho
comandante militar ordenó que se rindiesen a la imagen los honores de “Capitana
Generala de los ejércitos victoriosos”.
En su discurso siguió enfatizando y ensalzando las -según
él- “gestas gloriosas y páginas brillantes de la historia de España, escritas a
golpe de bayonetas y regueros de sangre”. El discurso del citado comandante finalizó
con los mismos vivas de rigor que -durante los cuarenta años siguientes- se
escucharon en España en decenas de miles de ocasiones, y que no eran otros que los dirigidos a Franco y
a España. Al final se entonó el “Cara al sol”, el himno de la Falange Española.
Como cronista de Parres y 75 años después de ocurridas, es
mi deber contar las cosas como fueron y las vivieron nuestros vecinos parragueses,
algunos de los cuales siguen siendo testigos de lo que contamos, para lo cual
seguimos la narración que nos legó don Arturo Álvarez en su libro “Mi ofrenda”,
publicado en Oviedo en la imprenta La Cruz, en 1948.
En la salida de Oviedo. |
Tras el discurso del comandante militar desfilaron las
fuerzas que estaban bajo su mando y lo hicieron ante aquella imagen que,
durante siglos, fue conocida bajo la advocación de Virgen de las Batallas.
A las diez y media de la noche se celebró la que fue
calificada como la más espectacular procesión de antorchas que Arriondas haya
visto en su historia. La capital parraguesa se había convertido en un hervidero
de gentes y, hoteles, fondas y casas particulares estaban llenos. Muchos pasaron
la noche en el pórtico de la iglesia o en los portales de las casas que
quedaron abiertos con ese fin. Desde la casa de doña Pepita Cueto, viuda de
Reigada, un grupo de chicas cantó a dos voces una plegaria mientras la
procesión regresaba a la iglesia parroquial -donde la imagen fue velada durante
toda la noche-. Al amanecer se celebraron varias misas, a las que algunas
personas acudieron descalzas para cumplir las promesas hechas en aquellos
terribles meses que acababan de vivir.
A las seis de la mañana tuvo lugar una hora santa a cargo
del vicario de Benavente, canónigo de Covadonga, Sr. Ordóñez. Varias misas más
celebradas por los sacerdotes de las parroquias del concejo se sucedieron hasta
las nueve. A las diez llegaron las peregrinaciones de Colunga y Caravia,
formadas por más de un millar de personas; habían salido andando a las tres de
la madrugada desde sus pueblos. Venían acompañados por:
El párroco de Cue, don José Arboleya; el de Gobiendes, don
Custodio; el de Caravia, don Joaquín Iglesias; el cura de Lastres, don Hipólito
Rebollar; párroco de Colunga, don José Cabo; el de San Juan de Duz, don Eulogio
Caride; el de Pernús, don Secundino López; el Ayuntamiento de Caravia en pleno,
juez municipal, profesores de Valdediós y jefes locales del Movimiento.
Los vecinos de Arriondas acudieron a recibirlos entre
vítores y aplausos, cánticos y rezos. Llegados a la iglesia de Arriondas
comenzó una solemne eucaristía en la que se interpretó la misa de Angelis (que
en Arriondas se cantó después en todas las fiestas importantes, hasta 1980). A
las once hubo otra solemne misa parroquial. Como no cabían en el templo -muchos
de los llegados de pueblos por los que la imagen no pudo pasar- esperaban en los alrededores el final de los
actos para poder entrar a verla y a tocarla.
A las dos de la
tarde llegó a la estación de Arriondas un tren con 400 peregrinos bajo la
dirección de don Juan Margolles –profesor del seminario y más tarde canónigo de
la catedral ovetense-, le acompañaba el coadjutor de Ribadesella, Sr. Valle
Bulnes y el párroco de Collera, Sr. Noriega Pertierra. La máquina del convoy
llegó adornada con guirnaldas, flores y follaje, algo espectacular según
recuerdan los que lo vieron.
Otra función religiosa tuvo lugar en la iglesia a las tres
de la tarde para despedir a la que cariñosamente suele llamarse la Santina. Fue
el vicario de Benavente el encargado de dar las gracias a las autoridades, fieles
de otros pueblos y -especialmente- a los parragueses, por la solemnidad y
esplendor con el que prepararon y vivieron aquellas
escasas 24 horas.
Avilés 1 de julio |
A las cuatro de la
tarde se puso en marcha la procesión de despedida. Textualmente don Arturo
Álvarez, en el libro más arriba citado, dejó escrito: “ Un gentío inmenso,
repique general, cohetes, una lluvia de flores -que cubría el camino por donde
pasaba-, vivas, ovaciones, se cantó la salve y el himno del centenario”, (se
refiere al himno “Bendita la Reina” estrenado el 8 de septiembre de 1918, con motivo del
duodécimo centenario de la Batalla de Covadonga y la coronación canónica de la imagen
de la Virgen -que tuvo lugar en esa misma fecha- en presencia de los reyes D.
Alfonso XIII y Dña. Victoria Eugenia).
La jornada siguiente -ya en Cangas de Onís- es lógico que
desbordase todas las previsiones y emociones y fuese el remate más solemne imaginado,
antes de la llegada a Covadonga el 6 de julio de 1939, a la una de la tarde
–justo hace ahora 75 años-. Se cerraba así el regreso desde París de la imagen
ausente de su casa en el monte Auseva, tras un recorrido que se había iniciado
en Irún y, cuyo lento recorrido por las principales ciudades y villas de
Asturias alcanzó cotas de emoción y solemnidad nunca antes vistas.
Fueron asturianos de todas las
tendencias e ideologías los que colaboraron para salvar, guardar, proteger,
recobrar y transportar la imagen de la patrona de Asturias desde París a
Covadonga, y es que no hay en Asturias principio, potencia o factor de unión
entre todas sus gentes mejor que el que evoca Covadonga y lo que el lugar
significa, incluidos los asturianos que lo juzgan lejos de mitificaciones.
Francisco Rozada.
Cronista Oficial de Parres.
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